miércoles, 7 de septiembre de 2011

El libro

Esta es la historia completa que escribió mi hijo, Fabian, la cual habìa publicado, pero me faltaba la parte final. Aca se las dejo, que la disfruten.

Recién había puesto llave a la puerta de su oficina cuando las nubes comenzaron a cubrir aquel frio día con una cada vez más notoria oscuridad. Apresuró el paso a su casa, caminaba lo más rápido que podía, pero sin llegar a correr. Usaba un abrigo largo que lo envolvía desde la nuca hasta sus escuálidos tobillos. Llevaba un inútil sombrero fedora que solía usar para cubrir una pequeña calvicie que quería hacerse presente al centro de su cabeza.
Las gotas comenzaron a caer. Levantó el maletín, lo posó sobre su cabeza y se decidió a correr la última media cuadra que quedaba antes de poder refugiarse en su casa. Entró apresuradamente, dejó el maletín a un costado y se deshizo de sus ropas mojadas colgándolas en un perchero que había junto a la puerta. Por fin podría tener tiempo para él mismo, sus labores ya no eran prioritarias – al menos por unos días – y aún no era tiempo para ir a la cama.
Vivía solo, desafortunadamente su esposa había sufrido un cáncer fulminante que había terminado con su vida antes de siquiera poder hacer un intento para combatirlo. No tener hijos había sido una decisión conjunta.
Leía mucho, los libros de alguna manera suplían su necesidad imperante de sentir, no veía películas pues eran vagas, sólo un buen libro podía aportar a su vida la cantidad necesaria de emociones que lo habían abandonado junto con su difunta esposa.
Se aproximó a un gran estante en el que él y su esposa tenían una vasta colección de textos. Dio una rápida mirada y trató de encontrar algún nombre llamativo y desconocido dentro de tanta historia que ya era familiar a sus ojos. Nada. Miró de nuevo, esta vez con más detención. Lo mismo. Cerraba los ojos por unos segundos esperando que durante ese tiempo apareciera en algún espacio vacío algún libro que valiera la pena. Esta vez sí. En un rincón, refugiado tras una edición original de un renombrado título de Cortazar, se encontraba un libro no muy largo, tal vez por eso no lo había visto, su cantidad de hojas no eran muchas comparadas con las de los demás libros que completaban el estante. Lo retiró de su lugar con algo de dificultad y sacudió el polvo que cubría su superficie con la intención de encontrar algún dato que le permitiera saber de dónde había salido pero…Nada. El libro no tenía título, o si lo tenía, nunca había estado escrito en él. Tampoco estaba firmado por nadie. El cuero negro del que estaba hecha la cubierta no parecía tener indicios de alguna vez haber tenido una simple letra. La portada no era capaz de revelar nada. Lo abrió. Sus antiguas páginas casi cedieron ante su suave tacto. Con más cuidado fue hojeándolo. Parecía ser una novela de misterio, leyó en más de una ocasión la palabra asesinato y concluyó que podía tratarse de una de las novelas policiales que a él tanto le fascinaban.
Esbozó una sonrisa de satisfacción y de un salto cerró el libro y lo dejó en una mesita de té que había junto a un sillón. Rápidamente, salió de la sala de estar y volvió con unos cuantos leños bajo el brazo, los lanzó desordenadamente a su chimenea e inició un fuego. 
Se arrellanó en su sofá,  posó sus pies sobre un puf y procuró que estos fueran envueltos por el calor que emanaban los crepitantes leños. Tomó el libro, y lo abrió en la primera página. Extrañamente, la historia comenzaba ahí, no tenía prólogo, agradecimientos, información de publicación, nada, ni siquiera una hoja en blanco. Extrañado y sin más, comenzó a leer.
“El cielo comenzaba a tornarse gris, el sonido y la calidez del viento anunciaban una posible tempestad. Me acomodé el abrigo y comencé a seguirlo. Parecía tener prisa ¿Me habrá visto?, no, no pudo ser, todo estaba escrito, él no podía haberme visto, si me viera todo se desmoronaría, el futuro, el pasado, el presente, todo. No podía ser así. Apresuré el paso para no perderlo de vista cuando comenzó a llover. Él corrió.”
“- ¡Se me escapa! – pensé y corrí tras él.”
“Entró en su hogar y cerró la puerta casi en mis narices. Ahora estaría satisfecho, relajado, seguro – al menos eso pensaba él -. Me acerqué a la ventana y observé el interior de su casa por una pequeña rendija que se generaba en el sector donde se juntaban las cortinas.”
“Ahí estaba, tan despreocupado, tan ignorante, tan él. No lo soportaba. Parecía buscar algo con esmero pero sin frutos, esperó por unos momentos hasta que por fin…lo encontró. Observé como aquel hombre miraba estupefacto mi amuleto, mi tesoro. Era como si me estuviera mirando directamente a los ojos. Por un momento, salió de mi vista, pero no tardó en volver, se acomodó en un sillón y comenzó su intrusión. Tuve que evitarlo, era mi amuleto, era una parte de mí, ¡era una intrusión en mí! Arremetí con facilidad contra su puerta, era tan frágil como la seda. Me acerqué sin que se percatara, pero no debí hacer ningún esfuerzo para pasar desapercibido, estaba tan imbuido en mi que nada lo podría haber sacado de su transe, estaba escrito. Arrebaté mi amuleto de sus asquerosas manos y lo puse en mi abrigo, cerca de mi corazón. Tomé sus brazos y se los arranqué de raíz. Quebré su cuello y luego arranqué sus piernas. Su sangre empapaba mis ropas, teñía los sillones, creaba charcos en la alfombra. Quité lo que quedaba de su cuerpo, del ahora rojo asiento y me puse cómodo. El amuleto, era solo mío.”
El hombre abrió los ojos
– Me quedé dormido – pensó – Pero ¿Y el libro? –
Se levantó en su asiento y ahí fue cuando se percató, su abrigo teñido de sangre, el sillón rojo, un cadáver descuartizado en su sala de estar y el amuleto, cerca de su corazón.
                                                                                                                                        Fabián Bruna

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